Conocí a un par de personas que vivían enamorados de su carro.
Osea, su joya más preciada, su amante, la que nunca los dejaba, era su máquina montada en cuatro ruedas.
Ambos visitaban car-wash (lavaderos de carro) semanalmente, dándole todo el cuidado estético que el carro pedía según sus propias necesidades. "Amorol" en las ruedas, silicona en el panel, un "pinito" de olor, etc. La mejor gasolina, el mejor aditivo.
Y yo no digo que eso esté mal, solo que al para efectos prácticos no entiendo del todo cómo los hombres se enamoran más de sus carros que las mujeres.
Claro, también he visto el caso inverso, de hombres que desbaratan carros en poco tiempo. Lo que pasa es que todo en extremo es malo.
Tarde o temprano la mujer que acompañe a uno de estos enamorados de cuatro gomas lo descubrirá, y si se lo echa en cara lamentablemente sufrirá un desencanto de ese hombre, pues el carro será su primera prioridad y ella quedará en la próxima esquina llamando un taxi para volver a casa.
El hombre no puede enamorarse mucho de su carro, y menos en este país donde cualquiera te da un "besito", donde se maneja tan mal que estás a expensas de que en un parqueo o donde sea te den un topón. Lo último que nos pasó a nosotros con Tesorinho fue que esperando la luz verde de un semáforo nos chocaron por atrás en una triple colisión (fuimos el último carro de la cadena) y encima del susto y el parachoques roto, los idiotas se dieron a la fuga con un personaje de Amet (Autoridad Metropolitana de Tránsito) en frente de nosotros.
Uno trata de cuidar lo suyo, pero debe saber que está a disposición de los errores (y maldades) de los demás. Así que si no lo cogemos suave es posible que terminemos con un corazón infartado.